¡Totalmente de acuerdo Roberto! Es un gustazo ver los comentarios. Este intercambio es muy, muy enriquecedor. Seguro que nos ayudará a escuchar un poco más a los demás y no solo a nosotros mismos.
¡Totalmente de acuerdo Bea! Alberto tiene que participar más (ya lo sabe él). ¡Muy hermosa tu intervención! ¡Más, por favor!
Ahora, Rober, Alberto y Bea, si me lo permitís, quisiera aportar un par de pequeños matices –matices que no correcciones- a algunas de vuestras palabras.
Las damas primero:
Es una gran satisfacción ver que algo ‘va quedando’, que poco a poco (y gracias a quien está detrás de todo) ‘la cosa cuaja’; el comentario que haces sobre la experiencia que has pasado, testifica un gran avance, un cambio, a mejor, muy importante. Ahí, en ser consciente de la intervención del ego en ‘nuestras razones’ y en separarnos de su influencia, empieza misogi. Pero, – ahí van los matices- nunca debemos pensar que es un trabajo fácil. Misogi no es fácil. Ennoblece, dignifica, engrandece el alma y precisamente por eso nunca debe ser fácil. Cuanto más ‘duro’ más provechoso. Aceptemos con la misma satisfacción (si no con más), lo difícil y lo fácil. La vida nunca es injusta. Y, todos llevamos dentro todo el conocimiento del Universo, por lo que no resulta absurdo que una palabras, un pensamiento, o lo qué sea, haga aflorar, recordar y dar cierta claridad a nuestra consciencia dormida.
Sigamos un orden ascendente, Alberto: Nadie nos juzga. No hay un Dios justiciero. Los santos, para hacernos comprender, usan con frecuencia analogías, metáforas, imágenes que puedan ayudarnos a comprender lo que no se puede explicar con simples palabras. Por eso surge la figura, imaginaria de un juez que valora y castiga nuestros actos. La del juicio es una característica meramente humana y que solo ‘funciona’ en el mundo dual. Nuestros propios actos, nuestras palabras y pensamientos, son los que nos condenan, son causa que genera unos efectos. Todo, todo lo que nos acontece, se debe a la ley de causa y efecto. Dios es AMOR. Es espíritu puro, ahí no hay bueno ni malo, ni bien ni mal. Recuerda las palabras de Soami Ji Maharaj al tratar de describir ese estado de beatitud completa: “¡Es Amor!”, exclama incapaz de dar otra explicación. Algún día te contaré cierta experiencia al respecto. RS (Por cierto, por informarte que no por fardar, la frase de “si cada uno se preocupase de ser mejor persona él mismo…, etc.” es de mi cosecha. Aunque siempre sea de la SUYA)
Ahora Roberto: Querido amigo, ¿qué otra cosa puede ser el sendero del misogi, la vía del aiki, el sendero espiritual, que el que nos hagamos mejores personas en todos los sentidos? El hacernos mejores personas es la finalidad de todo sendero místico. Y para eso, para poder llegar a hacernos mejores, es imprescindible, ¡im-pres-cin-di-ble! -no puedo recalcarlo más, ¡je!-, dominar nuestros egos; coger nosotros las riendas, controlarlos y gobernarlos. Esto empieza por tomar consciencia que son ellos, los egos, los que nos dominan y manejan a su antojo. Obsérvese que digo antojo, pues son solo sus caprichos, sus gustos, apegos y placeres lo que el ego busca usando los mas variados disfraces y subterfugios para dirigirnos. Este proceso solo puede partir de una reflexión, verdaderamente humilde, de nuestros pensamientos, palabras y actos. Una frase que no sé a quien pertenece –desde luego, esta no es mía, y no me voy a poner a buscar en este momento- dice: “Nunca es más grande el hombre (y la mujer) que cuando está de rodillas”. No hay mayor grandeza que la humildad. Nadie hay en el mundo peor que nosotros mismos. Nunca se es más grande que cuando nos clavamos de hinojos a rogarle perdón a Dios, o a otras personas. Pero nosotros nunca tenemos que perdonar nada, ni hay motivo, ni tenemos esa capacidad. Si no somos perfectos, ¿cómo podremos ser capaces de juzgar a nadie? Y, si no podemos juzgar, ¿cómo vamos a poder condenar? Ergo: si no podemos condenar no tendremos nada que perdonar. Siempre debemos ser quienes pidan perdón, sin escondidas superioridades, sin victimismos. La humildad nunca es ‘ceder’, ‘agachar la cabeza’ a regañadientes; es aceptar de corazón conscientes y de buen ánimo nuestras limitaciones y nuestros errores. Toko-iku.
Un precioso villancico:
Si supieras el rey de los cielos
la entrada que hizo en Jerusalén,
que no quiso coche ni calesa, solo un borriquillo que ‘alquilao’ fue.
Quiso demostrar
que las puertas benditas del cielo tan solo las abre la santa humildad.
Por último, para todos los que queramos andar el sendero del aiki: Reflexionemos, ¿es eso lo que de verdad queremos? En tal caso, como dice mi Maestro: fijemos las prioridades. Lo primero es misogi. Nada ni nadie hay antes ni más importante que nuestra propia limpieza, nuestra propia purificación. Esa es nuestra responsabilidad en esta vida, uno mismo es la tarea principal de nuestra vida, somos la porción de universo que nos toca arreglar.
Variación sobre el mismo tema: “Cuánto mejor ‘arreglado’ estaría el mundo si cada uno nos dedicásemos a esa tarea de arreglarnos”.
Un abrazo y gracias de nuevo por vuestras aportaciones ¡Da gusto! Espero que estas pequeñas matizaciones no las entendáis como correcciones y no os ‘amilanen’ para futuras intervenciones.
Lucio Álvarez