Como un Clavo ………………………………… por Chelo Roldán
A punto estuve de tirar la toalla, de abandonar…Las lágrimas se habían empeñado en afluir todas en tropel a mis ojos, y mi cabeza estaba peleando por no dejarlas brotar y resbalar por las mejillas. ¡Sólo me faltaba eso!.
Había sido un día duro. Un poco mas de lo normal. En el trabajo nos había tocado sudar la gota gorda para llegar con los videos al directo, y había un par de temas que se habían quedado pendientes para el día siguiente.
Mi cabeza estaba llena, llena de lo que no tenia que estar, de ideas, de trabajo, de cosas por hacer… No le cabia mas y me lo estaba demostrando en esa clase que todos me aconsejaban que dejara porque “no tenía edad, ni cuerpo” para ese tipo de ejercicios.
Una y otra vez el Maestro repetia el movimiento y una y otra vez yo lo hacía mal. No me enteraba y mira que le ponia interés y creía que atención. Pero la idea se quedaba en los ojos, no llegaba al cerebro por mucho que lo intentara. Estaba completamente atascado.
El atasco debía ser unidireccional, porque para determinadas cosas, el maldito cerebro tenía hueco para repetirme machaconamente: “torpe”, “si no te va a salir”, “todos te miran”, “di que si, haz el ridículo un poco mas”… y otras lindezas por el estilo.
El movimiento era muy sencillo y el Maestro cada vez iba poniendo las cosas más fáciles…. Yo me sentía aún peor, porque notaba que mi torpeza iba a retrasar el aprendizaje del resto de mis compañeros. Sentía que lo hacía por ayudarme, pero con ello yo me sentía la mas torpe del mundo…. Y encima, ni tan siquiera ese ejercicio, era capaz de ejecutarlo…
La clase se me hizo eterna. Jamás una hora y cuarto se me había hecho tan, tan larga… No veía el momento de acabar con aquella tortura. Para justificar mi torpeza no cesaba de pedir disculpas y de repetir en alto “hoy estoy espesa”… ¿Espesa?, era de hormigón armado. Dura, cerrada, negativa, y a punto de pataleta.
Fue entonces cuando nos sentamos frente al maestro para finalizar la clase. Él me miró fugazmente y me dio coraje comprobar que se había percatado de mi frustración y de mis casi lágrimas. Notó el esfuerzo que estaba haciendo por no derramarlas. Y comentó algo sobre la asociación. Fue lo suficiente para permitirme tomar aliento y cerrar el paso al llanto.
Cuando terminamos la meditación, mi cabeza había tomado una decisión.
El Maestro preguntó: “Chelo, ¿Te veo el jueves?”
Igual que había podido con las lágrimas podría con el Aikido.
“Aquí estaré como un clavo”. Contesté.
Luego he faltado muchos días. Pero eso… es otra historia.
Chelo Roldán.