Empezó el “curso” en septiembre, un año más, y me dió qué pensar.
Creo que la principal dificultad con la que nos encontramos los que practicamos Aikido es la obsesión por hacerlo bien. Pretendemos hacerlo bien desde el primer momento y, sin embargo, cómo podríamos hacer algo bien sin la suficiente práctica? Por otro lado, el Akido no puede hacerse bien o mal. Simplemente, se practica o no se practica. Esto es así porque el Aikido es más que las técnicas pero, aún cuando sólo hablásemos de las técnicas, cómo se pueden hacer éstas bien o mal? El grado de depuración de una técnica va siempre en relación al grado de conocimientos del que la realiza, de su experiencia, de sus características anatómicas, de su forma física, de su edad, de su personalidad, de su estado anímico, de su grado de concentración en el momento dado, de su control del ki, de su estilo, de su integración con el uke… Cómo podríamos comparar la técnica de una persona con la de otra? Siempre lo hacemos bien. Esto es independiente de que el Maestro nos ofrezca su ayuda y nos dé instrucciones o nos corrija. Eso siempre va a ocurrir. Nos brinda su experiencia y sus conocimientos como guía.
En una analogía, el Aikido no es una pista olímpica con líneas blancas que señalan la salida y la meta. No es eso. El Aikido es un camino, un sendero en la montaña. Un día, por la razón que sea, llegas a ese camino y echas a andar, sin más. Entonces encuentras gente que anda más deprisa, otros más lentos, a otros que les apetece correr, otros que se detienen a charlar o a beber un trago de agua o a acomodarse los zapatos o a mirar el paisaje. Se podría decir que alguien camina mejor o peor que tú?
Los que empiezan se excusan una y otra vez por “hacerlo mal”. Repiten “que torpe soy, lo siento”. Precisamente sólo eso es lo que está mal. Toda su atención está en detectar qué es lo que hacen mal y en disculparse por ello. Lo que no saben es que el que lleva más tiempo aprende mucho practicando con ellos. Sus movimientos y reacciones son imprevisibles, de modo que exigen mayor capacidad de unión, mayor improvisación, espontaneidad y naturalidad. Se requiere más Aikido. Algunos te acometen como si les debieras dinero. Otros no se quieren acercar demasiado, como si les fueses a quitar algo. Esperas un agarre y recibes un golpe. Esperas un atemi y te agarran la muñeca, de una manera realmente extraña, tal vez. También ocurre que apenas has comenzado a hacer una técnica y tu compañero está ya tumbado en el tatami, esperándote. Todo está bien, de verdad. Todos lo hemos hecho así. Aún lo hacemos muchas veces.
Hace unos días, en la ducha, tras el entrenamiento, un compañero que lleva poco tiempo practicando me decía: “tengo ganas de aprender más para poder disfrutar”. Tal vez esto sea cierto, no lo sé, pero me parece que, en algún sentido, es vivir en el futuro. Quizá dentro de diez años, cuando haya aprendido más, se diga: “me gustaría tener la forma física que tenía hace diez años, para poder disfrutar más del Aikido”.
Siempre vivimos en el pasado o en el futuro. Como uke, vivir en el pasado es quedarte atrás, colgarte, ser un lastre. Vivir en el futuro es empujar, adelantarte a lo que ocurre, a la realidad. La tarea, el trabajo diario, es vivir el ahora, lo único que existe.
En estos días pensé en la figura del uke como en ese amigo íntimo que te acompaña a un funeral. Te sientes acompañado en todo momento, sientes su calor, sabes que está ahí, justo detrás de ti, pegado a tu hombro. Si miras de reojo verás su silueta como si fuera tu propia sombra. Te seguirá a donde vayas. Si entras, si sales, si te sientas o si te pones de pie, allí estará, pero apenas le sientes, no interfiere, no estorba, permite que te muevas libremente.
Como uke, yo intento verme como un ser inmaterial. Procuro no ser un lastre para mi compañero, no condicionarle, no empujarle, no estorbar su movimiento o perturbar su reposo. Aún no lo consigo pero intento centrarme en ello.
Creo que la meditación es importante, si no fundamental, para conseguir esto. Pero la meditación es algo que llega a nuestras vidas en el momento preciso; si se fuerza no funcionará.
Decía antes que el Aikido es algo más que las técnicas. El Aikido no es una actividad que practicamos dos veces en semana. Durante el entrenamiento el Maestro nos instruye, nos sirve de guía, pero el Aikido lo llevamos con nosotros, todo el rato. Tan importante es ir a entrenar al dojo como nuestra experiencia personal cada día. Yo mismo llevaba ocho meses sin entrenar y en ningún momento durante ese tiempo he sentido que no estuviese practicando Aikido.
Otra cuestión en la que pensaba estos días es el modo en que recibimos las instrucciones, las enseñanzas, del Maestro. Una amiga empezó clases de Taichi hace poco. Era un grupo de cinco alumnos y, según ella, el Maestro era una persona afable, cercana, muy explicativa. Comenzaron los ejercicios y el profesor detuvo la clase para explicarles que no debían forzar la respiración, en especial la espiración. Reanudaron la clase y todos seguían igual, así que volvió a detener el entrenamiento y lo repitió de nuevo: “me habéis entendido?” Los cinco parecían tan atentos como suricatos y movían la cabeza asintiendo pero nada se solucionó. El Maestro se dirigió a uno de ellos que, al parecer, exhalaba como un búfalo, y le repitió pausadamente y sonriendo: “entiendes el significado de mis palabras?” Bueno, no sigo. Lo que quiero subrayar es lo difícil que le resulta a nuestra mente seguir instrucciones sencillas, simples, precisamente porque hemos perdido la capacidad de ser sencillos y simples como los niños. Dónde está nuestra atención?
Como resumen de lo que quería comentar y por si sirve de algo para los que empiezan (puesto que no hay meta, todos estamos siempre empezando):
– no dejar de entrenar, aún cuando pasemos por “momentos de dudas”
– cuidar mucho de no lesionarse, ni uno mismo ni a los compañeros
– intentar seguir las instrucciones del Maestro
– olvidar si lo hacemos bien o mal
– disfrutar cada entrenamiento, sin pretender conseguir nada
– no forzar nada: sólo intentar experimentar lo que ocurre
– un mantra durante el entrenamiento: suave, suave… (soft).
– trabajar en despertar nuestra conciencia, por encima de nuestro ego.
José Samiñán.