Shinrin Yoku. Baño de bosque, Sanlimyok en coreano, conocido también en occidente como ecoterapia, es una práctica que consiste en pasar un tiempo en el bosque, con el objetivo de mejorar el bienestar físico y mental, la felicidad y la salud. El término viene de su principio más importante.

“De qué árbol florido.

No lo sé

Pero ¡ah qué fragancia” (Haiku de Bashō)

 

Es beneficioso bañarse,  sumergirse en la atmósfera del bosque. No solo para mejorarnos física y  mentalmente, también espiritualmente, dejándonos empapar por la energía y la paz que genera la naturaleza.

Todas las prácticas traídas de oriente, que en origen tenían como conclusión la unificación de cuerpo, mente y espíritu, o sea la realización  espiritual.

“Entre las flores

si miras bien verás,

el rostro de Dios”. (ib.)

Una vez llegadas a occidente, se mercantilizan y pierden su condición principal, para quedarse solo con los efectos adventicios. El beneficio terapéutico pasa de ser una mera derivación, una consecuencia, algo añadido, a convertirse en único objetivo.

Véanse, por ejemplo: los distintos yogas, el taichí, el aikido o las diferentes técnicas meditativas o las sanadoras, cuyos principios básicos en absoluto buscaban en origen solo la salud físico-mental.

Todas estas técnicas se convierten en negocios al llegar a occidente y como por aquí lo espiritual daba, y aún da, bastante grima y poco dinero, se deja de lado y se vende solo la parte agradable: el bienestar físico, la tranquilidad momentánea.

La influencia de la sociedad mercantilista occidental se extiende por las civilizaciones orientales como una plaga deseada, y las contamina, y ahora es en oriente donde menos se tienen en cuenta los orígenes de estas técnicas. Es normal. Los chinos, los indios, los asiáticos, todos, en definitiva, envidian las comodidades de las que occidente hace gala. Todos quieren coche, tele y demás artilugios que nos hacen la vida aparentemente más cómoda. Además, tras la guerra, los vencedores extienden su sistema económico.   

Para las mentes actuales, rendidas al constante traqueteo, al estrés continuo:

“¿Para cuándo necesita el coche, o las facturas,  los expedientes, los planos o el frigorífico…?

¡Para ayer!” ¿?

¡Siempre corriendo, siempre bajo presión! Nunca es suficiente. Siempre hay que dar más de sí, producir más, ganar más, poseer más…

A este caballo desbocado, diez minutos de tranquilidad, le suponen todo un triunfo y se conforma y se siente satisfecho.  

¡Y encima da pasta!

Hay muchas personas que ni siquiera son capaces de parar diez minutos.

El que puede parar es una rara avis que experimenta un destello de calma, lo que suele llevarle a sentirse por encima del resto.

Parece que, excedida de estrés, la humanidad necesita una vuelta a un cierto equilibrio, y por todo el mundo -sobre todo en occidente-, aflora un nuevo ciclo de espiritualidad. Pero la fiebre consumista es aún muy fuerte y, en la inmensa mayoría de los casos, las actividades que encierran un poso místico, se convierten más en una moda.

Así, el practicante se reconoce a sí mismo como moderno, actual, al día, en posesión de una verdad que los que no están en su onda ignoran. 

Un breve vislumbre de paz y ya se siente superior. Esta es una actitud bastante común entre gentes que a penas arañan la superficie de lo que es una auténtica vía, yoga, meditación, Aiki, Kototama… Los  que siguen esta moda, a esa corriente de modernidad la confieren solemnidad dándoles el apelativo de  vía, do, camino…

Se disfrazan con un halo de fingido  misticismo y  confunden una simple pose con un sendero, así lo llaman y así lo venden. Y menosprecian a los que no están en a su nivel  

¡Ojo con eso! Quienes de verdad se comprometen con una senda espiritual, nunca presumirán ni harán de menos a nadie por no seguirla; la humildad y la comprensión son dos de sus más claras señas identificadoras, y nunca cambiaran sus conocimientos por dinero o favores.

“¡Oh Derviche!

Todo cuanto existe son manifestaciones de Dios.

Por ello, servir a las criaturas es servir a Dios!»

(Dr. Nurbakhsh)

Ahora a cualquiera y a cualquier cosa se la inviste de espiritualidad; cualquiera es un gurú. Como reza un proverbio indio:

“Hay más gurús que chelas (discípulos)”.

Hace poco escuché a un famoso comunicador televisivo, cuya audiencia sobrepasa nuestras fronteras, explicar, ex cátedra, qué era la meditación y en qué consistía:

“Sentarse en el borde de una silla – explicaba, investido de sapiencia incuestionable – colocar la espalda recta y centrarse en la respiración, procurando no pensar en otras cosa, durante diez o quince minutos, para lograr tranquilizarnos. Los beneficios que se obtienen, aseguraba rotundo, son increíbles”.

Meditar es enseñar a nuestra mente a mantenerse centrada, en efecto, pero ni el objetivo es conseguir un ratito de tranquilidad ni ese tiempo es suficientemente eficaz para alcanzar resultados duraderos.

Meditar es sumergirse en el objeto de la meditación, empaparse, fundirse en él, y cuanto más sutil y elevado sea dicho objeto, más elevada y efectiva será nuestra meditación y mayor y más sutil el nivel de consciencia que alcanzará el “meditante”.

Si nuestra meditación es sobre asuntos u objetos materiales o sobre personas físicas no evolucionadas espiritualmente, en eso o con eso nos fundiremos, nuestra consciencia seguirá por tanto en un plano material.

El Shinrin Yoku, o baño de bosque, es esencialmente eso, sumergirse, meditar, fundirse en la naturaleza que nos rodea, entregarnos a su energía, mezclarnos con ella, sin prejuzgar, sin forzar, dejándonos penetrar por ella, calándonos de fuera adentro y de dentro a fuera con sus colores, olores, sonidos; respirar su aire, sumergirse en su ambiente… Sin duda merece la pena, es altamente beneficioso y muy bello, pero no nos alejará del plano material.

Sumergirse es un estupendo término para describir este estado o nivel del ánimo.

Es como meternos en el mar. No forzamos al agua para que nos cubra, la dejamos hacer. Nos introducimos en ella, suavemente, con cuidado de no espantar a los peces. Dejamos  que nos rodee, que nos empape… y una vez sumergidos y acostumbrados nuestros sentidos al nuevo ambiente, descubrimos bajo la superficie unos paisajes maravillosos. Eso es meditar.

Sumergirnos en una actividad, sin exigencias, sin expectativas, dulce y suavemente para no espantar a los ‘peces’, profundamente, hasta hacernos uno con la actividad, es lo que transforma a lo que hagamos en una meditación.

Nuestra implicación es lo que transforma, nuestro compromiso en practicarlos en su esencia, no quedándonos solo en la superficie.  Será entonces cuando el aikido, el yoga, la meditación estática, cobrarán su auténtico significado, su verdad y sus beneficios reales. Y el progreso, normalmente, será proporcional, al grado de compromiso, de sinceridad, a  la seriedad, confianza y entrega con que a ella nos dediquemos.

La diferencia en meditar sobre temas, personas u objetos físico-mentales estriba en que estos senderos: aikido,  yoga,  taichí, Sant Mat, Kototama…,  son más profundos, nos marcan un objetivo espiritual, de armonía y amor, de unidad universal. Nos sacarán de este plano material y nos elevaran a planos de consciencia nuevos, distintos, más elevados y reales. ¡Espirituales!  

Nos suelen resultar más complicados y difíciles de comprender y llevar a cabo porque implican una purificación completa, desprendernos de todo resto mundano, renunciar totalmente al ego. Los maestros orientales suelen usar la expresión: “Cortar la propia cabeza”, para referirse a este proceso. Es una tarea que puede llevarnos toda la vida. Mejor dicho, que nos llevará toda la vida. No acabará hasta que no muramos físicamente (la energía no muere).

Podríamos muy bien usar ahora el término Komorebi, a medida que avanzamos las sombras se van disipando dando paso a la luz; iremos experimentando un cambio de perspectiva, una visión más clara y pura de nosotros mismos, de lo que nos rodea, del mundo y de la vida, la luz irá llegando a los rincones más recónditos y sombrios.

Y no solo iremos viendo las cosas de otro modo, poco a poco, vamos sintiéndolas, experimentándolas de una forma más real, más verdadera; tendremos mayor certeza de la esencia espiritual del universo, de su Unicidad. lo que nos irá cambiando a más comprensivos y tolerantes, a más benévolos y solidarios, a mejores personas, más humanos y más sabios.  Dejaremos de desconfiar, ya no habrá ningún rival ni enemigo alguno, nada ni nadie será contrario, nada ni nadie será malo. Todo será bueno y bello, pues en todo sentiremos la mano de Dios, su belleza, su amor.

“La energía de Dios es la fuente del movimiento del universo. Todas las criaturas vivientes poseen el alma del verdadero Dios”.

(Onisaburo Deguchi)

“Debéis saber que vuestro ser y todas las cosas del universo son lo mismo…”(Morihei Ueshiba)

“La armonía verdadera

es mucho más que una palabra escrita o una expresión.

No la debatáis eternamente

¡Aprended a hacerla realidad!”

(Morihei Ueshiba)

 

La verdad, la respuesta, esta en nuestro interior. Las palabras expresadas oral o gráficamente tienen valor si nos inducen a la práctica. Si se quedan solo en el debate, no solo son inútiles, son perjudiciales.

Esta bien leer o hablar sobre temas espirituales, meditación y demás cuando la charla o la lectura nos invitan a la acción; de no ser así, se quedará en mera palabrería que, normalmente, solo sirve para inflar más nuestros egos.

¡Misogi, misogi y misogi!

 

Lucio Álvarez Ladera, 20 junio 2020