A vueltas con el Aikido y la Defensa personal (y II)…por Lucio Alvarez
Viene de A vueltas con el Aikido y la Defensa personal (I)
El difunto Doshu marcó la pauta a seguir:
“Tanto los instructores de aikido, como los alumnos, deben consagrarse a conocer verdaderamente el arte, a sondear sus profundidades, a disipar las distorsiones y a presentar su auténtica imagen, pues, de lo contrario, el desengaño de la gente interesada será grande e irreversible.” Y dejaba bien definido el Aikido “…como un asunto fundamentalmente del espíritu”.
También marca claramente cual es el modelo a seguir en cuestiones de entrenamiento y evaluación de la maestría y de la utilidad:
“…el aikido acentúa más el ki que la técnica y ejercita la unidad del ki, la mente y el cuerpo. Por supuesto, el waza se practica consistentemente, pero el grado de maestría depende del grado de unificación ki-mente-cuerpo, y ésta es la única base para evaluar el aprovechamiento en el aikido.”
Las técnicas marciales (waza), que serían la base de la denominación de auto-defensa y su único objetivo, pueden servir a éste propósito con gran éxito, pero, queda perfectamente clarificado en la definición de Kisshomaru Sensei, que no son ni la meta del Aikido, ni su aspecto principal. Cuánto menos será, dicho arte, un “sistema” dedicado a tal fin.
La voz auto-defensa, defensa personal, implica de forma totalmente explicita: diferencia, particularidad, individualidad, agresividad, oposición, inseguridad, miedo…, egocentrismo en suma. Como de costumbre, planteo la siguiente cuestión: ¿Qué tienen que ver tales conceptos con los de amor y armonía? ¿Reflejan quizá algún tipo de Unidad, de Unión con el Universo, con la divinidad, escondida tras ellos?
“¡La divina belleza
del cielo y de la tierra!
Toda la Creación,
miembros de
una familia. (O Sensei)
Vuelve el Fundador a hacer mención a la unidad familiar de toda la Creación. ¡De toda la Creación!
Si andamos pensamos que vamos a tener que defendernos de algún miembro de nuestra familia, ¡menudo concepto de familia tenemos!… Está claro que siempre, en toda familia, hay alguna cuñada -el ínclito Forges suele hacer mención a ellas-, algún suegro o suegra, algún primo rarito…, una oveja negra, en definitiva, pero eso se queda en casa. No es necesario hacer un drama ni dar tres cuartos al pregonero… Hay gente “pa to”…, pero son de la familia.
El Aikido, precisamente, por su característica de ser una vía que utiliza técnicas marciales para su realización, es muy propenso a sufrir la incomprensión y la interpretación errónea por muchos de sus practicantes, incluso por los más avezados. Con que, ¿qué decir de los profanos, los principiantes o los teóricos?
Si queremos disponer de una información fidedigna, es imprescindible que nos dirijamos al propio Fundador o a su hijo en primer lugar. Y hacerlo, teniendo bien presente a qué momento cronológico se está refiriendo el texto que consultemos.
Aún así, sin poner en práctica lo que podamos aprender en los escritos, jamás llegaremos a entenderlo. Uno puede conocer qué es la nieve; la ha visto en documentales de la tele, la ha estudiado en los libros y ha escuchado explicar cómo es a muchas personas. Pero, sólo cuando se haya revolcado en ella, la haya pisado, haya hecho una guerra de bolas, haya recibido su impacto gelido en el cogote y se la haya llevado a la boca con las manos desnudas, podrá entender qué es de verdad.
Esto no quiere decir que no podamos hablar sobre ella y sobre lo que de ella conocemos. ¡Estaría bueno! ¡Claro que podemos hablar! Solamente significa, que debemos ser extremadamente cuidadosos con lo que decimos cuando nos dirijamos a un auditorio profano para no crear falsos conceptos y expectativas, y para no hacer el “canelo” cuando quienes nos oigan sean más expertos que nosotros. También, y esta es una cualidad indispensable en el aikidoka verdadero, hemos de revestirnos de sincera humildad, y no sentirnos ofendidos o molestos si se nos corrige o contradice. Las mentes abiertas y sanas siempre aceptan las críticas que se les haga, pues saben, que la grandeza de espíritu no conoce de soberbias, y que todo en esta vida, está en ella para colaborar a nuestro crecimiento espiritual, a nuestra evolución.
Sirva también, lo dicho últimamente, de consejo y sugerencia a los que vayamos a colaborar con la revista de A. F. A. y con su página Web. Recordemos que nuestra Asociación tiene como premisa difundir el Aikido y que éste es un camino de Unión, Armonía y Amor, y para que estos se den, se hace absolutamente imprescindible que seamos verdaderamente humildes y modestos. Si queremos practicar Toko-iku, hemos de encauzar (que no censurar) nuestras aportaciones a la difusión del Aiki, por el sendero del Aiki. Sea lo que sea lo que digamos, lo que expresemos, en primer lugar, ha de tener relación – más o menos directa – con el Aikido y, por descontado, en ningún caso ha de servir para confundir la interpretación de nuestro Arte…
Y, cuando dudemos, ¿por qué no recurrir a alguien más experto o a O Sensei si pretendemos definir su arte?
¡Vamos a ello!
“La vida es crecimiento. Si detenemos el crecimiento, técnica y espiritualmente, somos tan útiles como cadáveres. El Arte del Amor (Aikido) es la celebración del enlace del cielo, la tierra y la humanidad. Es todo lo verdadero, lo bueno y lo bello.”
Cielo, tierra y humanidad; Irim-tenkan, Shiho-nage e Ikkyo.
“La calidad del guerrero no es otra cosa que la vitalidad que sustenta toda vida.”
“Para practicar adecuadamente el Arte de
la Paz, debes:
Calmar el espíritu y retornar a la fuente.
Eliminar toda malicia, egoísmo y deseo
para limpiar el cuerpo y el espíritu.
Sentir eterna gratitud por los dones
recibidos del universo, de tu familia,
de la Madre Naturaleza
y de tus semejantes.”
“El Arte de la Paz está basado en Cuatro Grandes Virtudes: Valor, Sabiduría, Amor y Amistad, simbolizadas por el Fuego, el Cielo, La Tierra y el Agua.”
De estas virtudes destacaremos una por ser la más necesaria a los que nos encontramos aún en el comienzo del Sendero: El Valor. Valor, para hacer frente a las muchas dificultades del camino, que no son otras que las que nos pone nuestra propia mente. Una mente, que se convertirá en nuestro mejor aliado cuando logremos que deje de ser nuestro peor enemigo. Y esa debería ser la auténtica defensa personal que practicáramos: la que hayamos de ejercer contra las artimañas y ataques de nuestra propia mente.
Escuchemos de nuevo las palabras del Fundador:
“La lealtad y la devoción hacen al valiente. La valentía conduce al espíritu de sacrificio. El espíritu de sacrificio genera confianza en el poder del amor.”
En Aikido no saludamos sin perder de vista al oponente, sino, bajando la cabeza con total entrega y confianza hacia el compañero.
El Arte del Amor, de la Armonía y de la Paz, no puede surgir del recelo y del temor obstaculizador, sino de la confianza plena y de la fluidez del espíritu.
Lucio Álvarez Ladera
S. Lorenzo de El Escorial 22 de Junio de 2006